Presentación
Este estudio pretende realizar un análisis de las manifestaciones religiosas en Manzanares el Real desde el siglo XVI hasta la realización de este trabajo, es decir en los primeros años de la década de los 80 del siglo pasado. En cada una de las etapas históricas que hemos considerado, se ha hecho hincapié en configurar el espacio religioso que estructuraba los diferentes focos sagrados mediante una red articulada entre las devociones locales y extra-locales.
La situación analizada durante los siglos XVI y XVII demuestra que existieron imágenes religiosas que ejercieron distintos poderes de atracción hacia la comunidad de feligreses. En este espacio religioso local, está presente la iglesia parroquial donde se ubican las imágenes religiosas de carácter universal, controlando el clero su ritual y sus devociones. Complementario a la iglesia, se ubican dentro de los límites municipales unas ermitas que cobijan unas imágenes religiosas capaces de atraer a los feligreses en sus respectivas festividades. Todas ellas estaban amparadas por cofradías con estructura abierta, sin limitación de miembros.
Dichas ermitas, de cierta forma, descentralizaron el control religioso del clero, formando un espacio donde la iglesia perdió peso en su poder institucional y normativo para dar cabida a otras manifestaciones religiosas orientadas hacia la cimentación de un vínculo entre símbolo sagrado y comunidad.
La dicotomía entre iglesia parroquial y ermitas como focos diferentes de atracción devocional cuyas manifestaciones se pueden analizar como expresiones locales de religiosidad en contraposición a otras más universales. Dicha dicotomía articula el mapa geográfico religioso de Manzanares el Real y a partir del siglo XVIII se complementa mediante una nueva reorganización del espacio devocional.
La iglesia parroquial incrementó su panteón con nuevas imágenes religiosas de carácter universal, sobre todo ligadas a la Pasión de Cristo, lo que acentuó su centralidad respecto a las manifestaciones devocionales de la comunidad. Las ermitas perdieron poco a poco la atracción de feligreses hasta llegar a una situación de abandono. Solamente sobrevivió la imagen que tenía más fuerza de atracción entre todas, la Virgen de Peña Sacra. El nuevo espacio religioso se construyó sobre la dualidad entre una iglesia parroquial fortalecida y la existencia de una ermita extramuros con fuerte devoción local y extra-local.
El episodio histórico de la apropiación del culto de la Virgen de Peña Sacra por parte de una congregación madrileña irrumpió en esta configuración que se estaba gestando a lo largo del siglo XVII, forzando un nuevo diseño. La estrategia local elegida fue la de buscar otra imagen para convertirla en patrona de la localidad. La imagen religiosa elegida fue el Santo Cristo que se convirtió en el Cristo de la Nave.
Al ubicarse dicha imagen en la iglesia parroquial y realizar sus cultos en el interior de la población, indica un mayor control espacial por parte del clero que considera la iglesia parroquial el centro del espacio religioso local. Fue su modelo que forjó a lo largo del siglo XVII pero principalmente en el siglo XVIII.
Pero el carácter peculiar de Manzanares el Real forzó un nuevo reajuste de su espacio religioso a partir del siglo XIX cuando desapareció la huella de la congregación madrileña. El culto a la Virgen de Peña Sacra volvió a manos de los locales y obligó a mantener la devoción de los feligreses en torno a las dos imágenes religiosas preferidas, la del Cristo de la Nave y de la Virgen de Peña Sacra. Mantener el culto patronal al Cristo de la Nave y reintroducir plenamente el de la Virgen de Peña Sacra supuso mantener ambos cultos, construidos sobre una dualidad de género y una racionalización de los grupos de edad. Dibujó un modelo de población local separado entre hombres y mujeres, entre casados y solteros como especialistas de ambos cultos.
Hasta llegar la modernidad y los actuales tiempos de urbanizaciones, el espacio comprendido entre la ermita y la población era considerado masculino en la medida en que solamente los hombres del lugar lo conocían por cuestiones de labores de campo. Pero a pesar de ello las mujeres se apropiaron de dicho espacio en tanto que especialistas para tratar de perpetuar el culto a la Virgen durante los tiempos ritualizados de su fiesta. Inversamente, el espacio festivo del Cristo de la Nave corresponde a un ambiente urbano.
Su hermandad que fue exclusivamente masculina domina un territorio más cotidiano. No vincula la imagen con su comunidad mediante un largo viaje procesional sino que lo reafirma en relación con la iglesia parroquial. El espacio femenino ocupó ritualmente las distancias entre ermita y parroquia, entre imagen de la Virgen y comunidad en un alarde de demostración de religiosidad local. Ésta quedó feminizada mientras el espacio centrado del núcleo urbano cuyo centro es la iglesia estaba controlado por el clero y los hombres como especialistas rituales del Cristo. La religión oficial se expresaba masculinizada.