Corren malos tiempos para el Patrimonio Histórico de Colmenar Viejo. Buenos, lo que se dice buenos, no los ha habido nunca, pero mejores sí: y con ellos rememoro momentos ya pasados, cuando algunos bienes fueron puestos en valor, como la Fuente del Moralejo o el molino batán cercano al Puente Medieval, por ejemplo, aunque poco tiempo después, y ante la falta de mantenimiento, volvieran a presentar un triste aspecto. Y así, en la actualidad, vemos cómo elementos patrimoniales de gran valor histórico sufren por la falta de atención continuada que estos bienes requieren.
Como continuación -y también como aclaración de determinados puntos- de mi última aportación publicada en esta sección (Martín, 2022), y aprovechando la magnífica exposición que estos días está presentando en Madrid el Museo Nacional de Antropología: Todo empezó en el 84. Orígenes del graffiti en España (Reyes, 2022), me gustaría comentar brevemente algunos motivos por los que los transeúntes podríamos experimentar extrañeza, perplejidad y/o rechazo al encontrar grafitis en nuestras ciudades -en Colmenar Viejo, contamos con varios ejemplos de alta calidad plástica-. Y me explico: en primer lugar, tendemos a emplear los conceptos “pintadas y grafitis” como sinónimos, pero no lo son (Vigara y Reyes, 1996), ya que la pintada (al contrario que el grafiti) tiene el propósito de llamar la atención del receptor y de informarle sobre algo; es decir, contiene un mensaje, político o social, sin conllevar necesariamente una intención artística para sus fines. El grafiti sí tiene una dimensión estética y su mensaje es el de las formas, no el de los contenidos, y a diferencia de las pintadas, que suelen ser anónimas (salvo las firmadas en nombre de una colectividad interesada), el escritor de grafitis quiere dejarse ver (1), por lo que firma sus obras como muestra de su valor y de su calidad.
Tras las excavaciones arqueológicas realizadas en junio de 1994 en tres de las fuentes históricas más emblemáticas de Colmenar Viejo (Colmenarejo García et al., 1997), y su posterior recuperación y puesta en valor, la Fuente del Moralejo revivió (tan bonita quedó) volviendo a ofrecer al caminante el frescor y el reposo de antaño, cuando calmaba la sed de caminantes y ganados en el largo camino entre Segovia y Alcalá de Henares.
Poco duró la alegría. No muchos años después, un mal día, amaneció mancillada, herida en su dignidad, ofendida, humillada: la Fuente del Moralejo había sido pintada, grafiteada por unos desalmados que la despreciaron y vilipendiaron, devolviéndola de nuevo al olvido. Porque al deterioro que ya venía arrastrando por falta de mantenimiento (de nada sirve poner en valor un bien patrimonial si no se realizan las labores necesarias para su conservación) ahora se sumaba el daño cruel de las pintadas, daño muy difícil de reparar, por otra parte, ya que tanto la limpieza química como la mecánica, o la realizada por ablación láser, causan daños permanentes en el granito. Difícil solución.