La provisión de leña y otros productos estaba también prevista y regulada por una seria de disposiciones muy detalladas para evitar conflictos entre los vecinos e intromisiones de gentes venidas de otros lugares. Sus orígenes, en la mayoría de los casos, hay que buscarlos en la Edad Media, muy particularmente ligados al proceso de reconquista cristiana con el propósito de que una comunidad establecida (repoblación) mantuviese unos mínimos de subsistencia que no estuviesen ligados al arbitrio feudal o a las tierras de señorío, sino al bien común, en beneficio exclusivo de los vecinos del concejo, muchas veces como recompensa por asumir los riesgos de establecerse en lo que se denominaba la Estremadura Castellana, en referencia a los confines del reino, muy cerca de la frontera con los musulmanes. Este equilibrio entre lo público y lo privado (como diríamos hoy) se mantuvo vigente hasta bien entrado el siglo XIX, cuando la desamortización de Madoz puso fin a estos bienes del común, sacándolos a la venta.
Sin embargo, esta circunstancia no supuso el fin de la dehesa en muchos casos, pues los vecinos tomaban la determinación, si les era posible, de comprar la dehesa de su pueblo en concepto de multipropiedad, aunque tal operación terminase con sus ahorros o les dejase endeudados y en la ruina. Esto explica que muchas dehesas en la actualidad estén a nombre de muchos propietarios. Otras muchas terminaron en manos de grandes fortunas que las echaron a perder o arrendaron a los vecinos para su aprovechamiento.
La dehesa del Palancar (o de Los Palancares) en el término de Venturada.
En la sierra de Madrid aún se conservan dehesas, como la de Venturada, que sigue usándose en su cometido original, cuando se fundó la aldea (luego villa) en el siglo XII. Su ubicación, al norte del término, entre el curso del Albalá, el término de Cabanillas y el casco urbano, correspondía al típico ordenamiento del territorio heredado de los fueros de Villa y Tierra que se mantenían con pocas variantes desde la creación del Fuero de Sepúlveda (la Sierra Norte de Madrid fue durante algún tiempo Tierra de Sepúlveda) delimitando las zonas de bosques, pastos, cultivos, etc. Las dehesas solían quedar adscritas a lugares poco rentables para el cultivo (baldíos) pero de óptimo rendimiento en lo que a leñas y pastos se refiere.
Venturada, como otros tantos pueblos de la sierra madrileña, fue dotado de su dehesa en el concepto de bienes del común, aunque hay que matizar que contó con otra más, denominada El Carrascal, actualmente en el término de Guadalix de la Sierra, junto al despoblado conocido como Placer de Ver. Respecto a la documentación que nos da una imagen de las dehesas, sabemos, gracias al minucioso estudio del Catastro de Ensenada realizado en el siglo XVIII, los siguientes datos:
Dos dehesas, la una que llaman el Carrascal de caber ciento y diez aranzadas que hallan poblada de quejigo, chaparros y enebros y cambrones que regularmente se corta de veinte y cuatro en veinte y cuatro años y el producto de dicha corta, le regulan el año que se ejecuta en tres mil reales que repartidos entre los veinte y cuatro corresponde a ciento y veinte y cinco cada uno y la otra se llama el Palancar, de caber cuarenta aranzadas que sirve para pasto de ganado de labor. Ítem goza como cuatrocientas ranzadas de tierras, que sirven para pasto en los que tienen Comunidad los pueblos vecinos.
La dehesa de Los Palancares, al estar situada en un bello paisajístico, ha sido escenario del rodaje de algunas como El Cid (1960, protagonizada por Charlton Heston y
Sofía Loren) o Los chicos con las Chicas, también de la década de los , para lucimiento del grupo musical Los Bravos.
José Manuel Encinas Plaza
Maquetista / Arqueólogo.
Vista de la dehesa de Los Palancares en Venturada, con los colores típicos de comienzos de la primavera. Prados y fresnos conforman este espacio con la sierra de la Pedriza al fondo.
Fotografía del autor.