Cuenta el reportero que el cameraman, Alberto Arroyo, estaba tan nervioso, que no atinaba a colocar su cámara en el trípode, ni a preparar la manivela. Posiblemente se encontraba ante uno de los trabajos más arriesgados que tendría en su amplia y afamada trayectoria profesional. Hay que tener en cuenta que durante ese mismo año trabajó para José Buschs en “La verbena de la Paloma” y “Víctima del odio”, y posteriormente con el director Florián Rey, en “Gigantes y cabezudos”, “El lazarillo de Tormes” (1925), Agustina de Aragón (1928) y “La aldea maldita” (1930) (2). En definitiva, que Arroyo se acercaba al torito con cierto nerviosismo, hasta posicionarse a unos 10 metros de distancia. No obstante, al colocarse el paño negro para iniciar el rodaje, rozó sobre su cabeza, y dio un soplido el animal, de manera que el operador huyó abandonando su cámara hasta alcanzar una de las tapias de la dehesa. Ya, sintiéndose seguro, miró hacia atrás, comprobando que el animalhabía salido también huyendo hacia el lado contrario.
Aunque durante la Segunda República, Colmenar Viejo sirvió como escenario para otras filmaciones, no será hasta la década de los años cincuenta cuando su paisaje sea un referente y protagonista de los grandes momentos épicos de la historia antigua. Son los casos de “Alejandro Magno” (Robert Rossen), y especialmentecon “Spartacus” (Stanley Kubrick), donde las legiones de Craso se enfrentaron a los esclavos, seguidores de Espartaco, convirtiéndose Navalvillar en el último suspiro por romper el dominio de la esclavitud.
Por aquéllos tiempos, décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado, en los tres cines de Colmenar Viejo: Prados, San Lorenzo y España, con el tercer timbre, tras el descanso, se apagaban las últimas luces de la sala para abrir el obturador del proyector y enviar las imágenes a la pantalla. Un trabajo mecánico que se repetía en cientos de miles de salas cinematográficas del planeta. Entonces, nos parecía inverosímil ver a nuestrosconvecinos cómo se defendían de los romanos hace más de dos mil años, o bien jugar a las cartas en una de las mesas del “salón” de algún lugar del oeste americano, mientras aparecía un pistolero con actitud desafiante, o bien refugiándose ante la violencia que se ejercía contra su poblado, como ocurría en “La marca de Caín” (Henry Levin), con unas extraordinarias vistas aéreas, tomadas seguramente desde un helicóptero. Y mucho más